Berridi
Los artistas destruyen sus obras
Muchos hemos visto la película Ágora y hemos asistido tristes y resignados a la fanática destrucción de los libros celosamente guardados en el Serapeo de Alejandría. Hemos visto cómo la cinematográfica Hipatia abrazaba los pergaminos y ordenaba a su esclavo salvar lo que ya estaba condenado.
En otro ámbito, Los artistas, en ocasiones, destruyen sus obras incluso por motivos exclusivamente materiales como la escasez de espacio, la falta de un estudio amplio, el aburrimiento o la falta de leña en una estufa.
El concepto de valor es maleable e infinitamente flexible. Ya que hablamos de Egipto, recordemos el valor que concedemos a una pirámide que ha sido construida con esclavos, con individuos oprimidos que a su vez pudieron ser artistas, con mujeres que hubieran podido ser Hipatias o sencillamente libres. Cualquier idea de valor forma parte del torbellino de injusticias y terribles vaivenes de la historia.
La escalera de Berridi forma parte de esa multitud de desaparecidos. Ya lo explicó Darwin en su teoría de la evolución, hay individuos no adaptados que desaparecen.
Después de su exhibición en ARCO, después de que mostrara durante unos días su belleza, la peculiar mezcla de la madera y el grafito, después de que el artista la hubiera pensado y diseñado y después de que su peculiar estructura inquietara a los espectadores de la feria, que quizá vieron en ella su propio viaje a ninguna parte, fue embalada, arrinconada.
Algo importante debió ocurrir para que después estuviera un tiempo a la intemperie, para que se mojara a pesar del plástico y para que finalmente ya no mereciera la pena ser salvada. Es así. No todo puede ser salvado.
Es lo que nos dicen las noticias, que cada día nos remiten a una historia universal de la desaparición, la historia de lo o de los que se quedan al margen, a la intemperie.
Me viene a la cabeza Velázquez, que con su seriedad de genio quiso contrarrestar la implacable labor de la injusticia y que proyectó para siempre a los borrachos y a los taimados, haciéndolos así el objeto de visitas turísticas, ellos que vivieron una vida sin horizontes.
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