Berridi, Escultura
Figuras de zinc y plomo
La faceta de ilustrador de Berridi influyó decisivamente en su obra escultórica. A principios de la primera década del nuevo milenio comienza, a partir de su trabajo como ilustrador, a interesarse de un modo más profundo por la realidad social y por lo tanto por la figura humana.
Es un periodo de transición en el que aparentemente abandona los problemas geométricos y volumétricos típicos de la escultura y se centra en la investigación de nuevos materiales y nuevas técnicas, incluida la fotografía. En sus últimas esculturas en madera, antes de incluir definitivamente la figuración, ha tenido muy en cuenta el concepto de multitud, la repetición incesante de los habitáculos urbanos, el silencio y el anonimato inevitable de la gran ciudad, incluso su intervención en las guías telefónicas de Madrid puede considerarse una referencia a esos millones de seres que componen la realidad urbana. Pero no es hasta que su trabajo de ilustrador comienza a tener más entidad cuando comienza e estudiar la figura humana y a representarla en profundidad.
El primer material que utiliza para recortar y pintar esos grupos de personajes urbanos es el zinc. Ya lo ha empleado con anterioridad, de hecho su primera gran exposición en el Museo de San Telmo de San Sebastián consistía en grandes planchas de zinc plegadas y pintadas, sin embargo en este momento lo emplea para recortar y pintar los personajes que fotografía y observa en sus trabajos de campo en el centro de Madrid. Estos grupos representan la variada tipología urbana y Berridi reproduce con sorprendente fidelidad sus actitudes, sus gestos y sus ropas mediocres, los personajes familiares y cotidianos caminan sobre entramados arquitectónicos en los que parecen transitar sin un objetivo claro, ensimismados en su propio viaje.
Después de la exposición que realiza de estas piezas en la galería Ederti de Bilbao decide sustituir el zinc por otro material que siempre interesó mucho a este artista, el plomo. El plomo, al igual que el cartón posee una modestia y una cualidad sutil que representan muy bien el espíritu artístico de Berridi. El plomo no está hecho para perdurar ni posee la rutilancia de los metales nobles, hace más bien referencia en la literatura o el cine a los perdedores, a los antihéroes, el soldado de plomo o incluso el hombre de hojalata del Mago de Oz. En este caso el plomo representa al individuo medio, al transeúnte de la gran ciudad, al ciudadano abstraído en su propio viaje.
En el caso de las esculturas de plomo Berridi pinta el anverso y el reverso de forma que la escultura pueda ser observada desde todos los puntos e incluso sujetarse sin aditamento alguno. Con estas obras confirma un aspecto peculiar de sus trabajos, la unión de lo pictórico y lo escultórico en un mismo objeto.
Pero no solo es el viaje urbano, el trasiego, lo que quiere representarse en las esculturas de plomo, es también el hecho de la comunicación, la laboriosidad incesante, los intercambios lingüísticos. Berridi inicia en este momento una serie de esculturas de plomo en tonalidades grises que representan justamente la reiteración en cierta medida absurda del trabajo, de la laboriosidad. Los vivos colores acrílicos con los que representa las ropas de los transeúntes se sustituyen en esta otra serie por infinitas gamas de gris. Los personajes de estos grupos grises parecen tener siempre un misterioso asunto entre manos, pero ese asunto nunca termina de manifestarse, se convierte más bien en una abstracción de la actividad humana, el murmullo constante de la comunicación.
Hay algo de reiterativo en el movimiento social, en lo espacial o en cualquiera de sus formas, en la comunicación o en el trabajo. Como en el mito de Sísifo estamos condenados a permanecer, a movernos, a recomenzar una y otra vez las tareas. En esta serie los personajes son también modestos, personajes de todos los días, completamente opuestos a la superioridad arquetípica y modélica, más cercanos a la derrota, al abandono de sí.
Siempre lejos de la grandilocuencia, Berridi elige otros dos personajes que representa con frecuencia en plomo: el hombre anuncio y el ciclista. En el caso del ciclista, este artista profundiza en la idea del lo repetitivo, el trabajo modesto y constante del pedaleo, el deportista del pelotón ensimismado en su actividad.
Por último, el hombre anuncio, esa figura que hace unos años podía verse por las calles de Madrid, representa sin duda el momento más intenso del anonimato urbano, él mismo, el hombre anuncio no es en sí mismo nada y se apaga en una proyección social mediocre y quizá inútil y despiadada.
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