Escultura
La última escultura: La trampa para ratones
Al igual que a otros escultores y artistas que practicaron cierta exaltación de lo fabril y lo gremial, a Berridi siempre le interesaron los materiales y los objetos en venta en las tiendas industriales. Una parte relevante de su trabajo consistía en compartir espacios de compra y materiales con oficios manuales diversos, rollos de cartón, papel de falla, rollos de red metálica, planchas de zinc y de plomo. Otro tanto ocurría en las ferreterías, en las que observaba con fascinada atención las hileras de cajones y apartados cuidadosamente ordenados.
Encontraba que la mera exposición de todos aquellos modelos tenía en sí misma una gran carga conceptual y artística, las hileras y las muestras constituían de por sí una involuntaria pero atrevida e interesante conjugación del material y del espacio, como si aquel ingenuo resultado, producto de la necesidad de orden y claridad, fuera superior a la más elaborada inspiración creativa.
Seguramente fue, disfrutando en una de esas ferreterías, junto a alguna manguera y otros útiles de casa y jardín donde compró la trampa para ratones. Algunos roedores voraces habían visitado su estudio de Cuenca, pero no le hubiera hecho falta una razón concreta para deleitarse contemplando y especulando sobre el taco de madera horadado sobre el que estaba colocado el sencillo mecanismo.
El hecho es que sobre una de esas trampas, colocó alguna de sus emblemáticas siluetas de cartón y jugó con ambos elementos. Poco a poco el mensaje quedaba de aquella manera sellado. La trampa acecha, en cada ángulo, en cada perspectiva, en cada intención, las siluetas dejan al descubierto el lado oscuro de todo movimiento y de toda posibilidad, la trampa es la que delimita y traza las coordenadas de las siluetas, el escenario sombrío sobre el que desarrollan su actividad. El miedo sin embargo, parece estar ausente de los personajes, es el propio espectador el que comprende la imposibilidad, el verdadero significado, la amenaza. Los propios personajes prestan a la trampa una atención difusa y poco concentrada. Una metáfora que en principio parece muy obvia pero que posee un fuerte carácter estético y una profunda versatilidad lingüística.
Como era habitual a lo largo de su trayectoria artística, aunque en el caso de la trampa se trataba del último, Berridi había creado un objeto escultórico en cierto sentido inclasificable, versátil. Una metáfora que en principio puede parecer muy obvia pero que posee un fuerte carácter estético y una profunda multiplicidad lingüística. Las siluetas atrapadas se yerguen en el espacio con una importante carga de plasticidad y al mismo tiempo desvelan un relato agrio y caricaturesco en la mejor de las tradiciones del comic y la ilustración. La frescura del cómic casa muy bien con la irreverencia sutil que a Berridi le gustaba buscar en los lenguajes del arte tradicionalmente más formales.
La trampa para ratones, su última obra, se encuentra sin duda en esa tradición de divergencia y heterogeneidad. El asunto parece muy sencillo, un mecanismo que cualquiera puede comprar y observar, una conclusión al alcance de todos, y sin embargo la sutilidad del artista nos conduce hacia una propuesta múltiple y prismática, una perspectiva transversal que reflexiona con lucidez sobre la existencia humana y que no deja dudas sobre la necesaria transgresión del lenguaje del arte.
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